Pablo Neruda

Ayer sentí que la oda
no subía del suelo.
Era hora, debía
por lo menos
mostrar una hoja verde.
Rasqué la tierra:
“Sube,hermana oda
-le dije-
te tengo prometida,
no me tengas miedo,
no voy a triturarte,
oda de cuatro hojas,
oda de cuatro manos,
tomarás té conmigo.
Sube,te voy a coronar entre las odas,
saldremos juntos,
por la orilladel mar,
en bicicleta.
Fue inútil.
Entonces,
en lo alto de los pinos,
la pereza apareció desnuda,
me llevó deslumbradoy soñoliento,
me descubrió en la arena
pequeños trozos rotos
de sustancias oceánicas,
maderas, algas, piedras,
plumas de algas marinas.
Busqué sin encontrar
ágatas amarillas.
El mar llenaba los espacios
desmoronando torres,
invadiendolas costas de mi patria,
avanzando sucesivas catástrofes de espuma.
Sola en la arena
abría un rayo una corola.
Vi cruzar los petreles plateados
y como cruces negras
los cormoranes clavados en las rocas.
Liberté una abeja
que agonizaba en un velo de araña,
metí una piedrecita en un bolsillo,
era suave, suavísima
como un pecho de un pájaro,
mientras tanto en la costa,
toda la tarde, lucharon sol y niebla.
A veces la niebla se impregnaba de luz
como un topacio,
otras veces caía un rayo de sol húmedo
dejando caer gotas amarillas.
En la noche,
pensando en los deberes de mi oda fugitiva,
me saqué los zapatos junto al fuego,
resbaló arena de ellos y pronto fui quedándome dormido.